domingo, 8 de noviembre de 2009

Comunmente en la Noche


*Antonette De León 

Atanasio, esperaba como siempre la llegada de las nueve de la noche, para sentarse frente a la televisión, el volumen debía ser regulado, ya que los vecinos se quejaban con insistencia de las molestias para dormir. Sus dos hijos menores, debían acostarse para asistir a la escuela el día siguiente. Cada noche, cerraba las cortinas, la luz no debía salir a la calle, cualquier pícaro se podría dar cuenta o sentirse aludido de la presencia de la misma y buscarle problemas a él o su familia.
Vivía en una zona de dificultades económicas severas, por tanto, la necesidad de sobrevivir empujaba contra las buenas maneras del convivir social. Atanasio lo sabía bien, sus pocas pertenencias eran custodiadas con el celo del sentido común.
La noche no perfilaba para mas, la calle a oscuras, los carros que se apuraban al pasar por aquellas oscuranas, y el rechinar de llantas, con las músicas estruendosas que provocaban el ladrido angustioso de los perros vigilantes.
El barrio era tradicional, como lo es lo histórico, de aquellos amores melancólicos y hechos de connotación social. En aquellas mismas aceras, se habían encontrado cerca de una veintena de cadáveres en los últimos veinte años, se decía que era uno por año. La mayoría eran alcohólicos que se despachaban en  un sueño profundo y no se levantaban mas.peo aquel año, si bien los borrachines aumentaban, no desfallecían en las mismas calles, ahora por la zona se encontraban cadáveres de diversas maneras, todos con la misma señal, asesinados.
El crimen y los criminales, hacían de la complicidad del sector, su tarima de ofrecimientos sanguinarios, no era extraño, cada noche, el escuchar los disparos furtivos, los gritos inclementes y los llantos desolados. No era extraño, para Atanasio, el encerrarse en su casita, arropar a sus hijos y disfrazarse de valor entre las cuatro paredes, revisando en la pantalla de plata alguna imagen que le distrajese de su vida en medio del caos urbano.
Los disparos se sucedieron en tartamudeos groseros, se agolparon con la fuerza necesaria para acompañarse de quejidos agónicos, y gritos lastimeros, el rechinar de llantas, los pasos apurados y el silencio, ese que cerraba el capitulo de la noche.
La calle a oscuras no daba vida, nadie salía, la gente pestañeaba, como Atanasio, y cambiaba de canal, en su mente se acentuaba la razón de cambiar de vida, cambiar de barrio y vivir la vida.
En las madrugadas, las luces de las patrullas golpeaban las ventanas con sus rojos y azules chillantes, se media, se dibujaba y describía la escena, el común, nunca habían testigos, nadie escuchaba nada. Los cadáveres se levantaban, al mismo tiempo que los vecinos abandonaban sus casas, buscando el sustento diario, las televisiones ahora vomitaban las noticias y el conteo urbano de las vidas cegadas en un día común, para una noche común.

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